Una persona con discapacidad (en adelante Diversidad Funcional) es alguien que tiene las mismas necesidades nutricias y emocionales que alguien que se pretende “normal”. Es decir, ante todo, es un sujeto. Un ser deseante, con alegrías, tristezas, potencialidades, debilidades, carácter y personalidad propios; pero tal vez, con dificultad para expresarlos.
Alguien “normal” es quien cumple con determinados estándares de adaptabilidad social, diseñados dentro de un sistema en donde lo disruptivo (sea en el aspecto en que fuere) no produce. Y como no produce, es preferible “desmalezar”; porque, para colmo de males y para la lógica capitalista, es UN GASTO, y “nuestros impuestos deben tener un fin virtuoso”.
Pero en realidad, no es la persona con Diversidad Funcional la que no puede integrarse a la sociedad; es la sociedad, en su conjunto, la que no sabe cómo integrarlo, es la misma que dis-capacita, la que no sabe como acogerlo, abrazarlo. Es una brasa ardiente en las manos de un sistema que no admite “fallas”, porque considera que no las provoca, y los deja al libre albedrío de las nefasta LEYES DEL MERCADO, que “se autoregula”, que juega la suerte de los más vulnerables, en el azar de una tablita de Excel.
Y dependiendo de cómo caiga la tómbola de la informática… quita pensiones, prestaciones médicas, programas lúdico-deportivos, talleres de inserción laboral, etc.
EL DOBLE RECHAZO
En la mayoría de los casos, las familias de personas con D.F. sufren el dolor por el “el hijx no esperadx”, una herida narcicista y un temor que los acompañara por el resto de sus vidas. Además de la mirada inquisidora, la lástima, los prejuicios, los circuitos interminables por “especialistas” que, en cuestión de segundos, y basados en el DSM -o la Biblia de la psiquiatría- confeccionan diagnósticos express, despojados de toda mirada, oído, tacto, pero sobre todo… de sensibilidad.
“Es autista, es asperger, es down”. NO: es Juan, es Martina, es Luciano… es SUJETO. Es mi hijx, es hermoso, lo amo, pero carga un sufrimiento, y tiene determinada condición o patología. En el mejor de los casos, ese es el segundo nombre, el primero es una etiqueta-diagóstico.
El dolor al escuchar esas palabras es INABARCABLE, INTERMINABLE, y la sensación es la de caer a un abismo infinito.
Comienza entonces, el derrotero burocrático-administrativo con un nivel de complejidad y desprecio (de gran parte del sistema de salud) tan complejo, como intentar escapar de un laberinto sin salida.
Es un duelo intrafamiliar con búsqueda de explicaciones y culpas terrenales y metafísicas. Hay cataratas de preguntas y ni una sola gota de respuestas. Cuando el responsable no es Dios, ni ninguno de los progenitores, en muchas situaciones, el “culpable” es ese hijx; que habrá que asistir por demás, que posiblemente no hablará fluidamente, no irá a una escuela normal, no será hincha de River, no entenderá nada de “fierros”, ni será fotógrafa. Tampoco asegurará la perpetuidad de la especie, ni los cuidará cuando viejos; más bien, todo lo contrario.
Es entonces cuando, posiblemente y en el afán de buscar un chivo expiatorio, se lo encuentre en los límites del propio hogar; y la angustia se transforme en indiferencia, falta o sobre estimulación, cosificación, rechazo: EL PRIMERO.
Si, a pesar de lo antedicho, gracias a sus fortalezas y cualidades, que le son propias, como a todo SUJETO, logra salir adelante, deberá vérselas, en éste desafío desventajoso, con toda una comunidad que, como señalamos al principio, hará la vista gorda y le cerrará las puertas que, de por sí, están blindadas por dentro, como muchos de los corazones de quienes están del otro lado. Que rechaza por defecto lo que considera diferente: “porque no tiene inhibiciones y grita en un colectivo, porque mira fijamente, porque juega de manera diferente, porque habla raro”. Porque no puede, y para que pueda requiere de un compromiso de un otrx, y todo compromiso conlleva un esfuerzo y una responsabilidad. Entonces es preferible sostener el status quo, cambiar para que nada cambie.
Este SEGUNDO RECHAZO los obtura, les reduce constantemente su posibilidad de accionar, de socializar, de tener pareja, de trabajar, de soñar, de ser sujetos con autodeterminación y de autovalimiento: de desear y de poder; de ser felices. A cada paso, una limitación. Cada derecho, una obligación.
Es una pelea perdida antes de calzarse los guantes, y es la más difícil de todas, la pelea contra la soledad y la imposibilidad. La soledad en casa y la imposibilidad en la calle, cuando ya no hay nadie que resuelva ni lo básico, y no están las herramientas para reparar daños. Cuando todos los caminos conducen al encierro, el horizonte tiene forma de habitación derruida, y el destino se asemeja al de un convicto.
Entonces, cuando por las mañanas nos miramos al espejo fija y sostenidamente, sin velos y ante de impostar la sonrisa agradable para salir a la calle, debemos tener la plena convicción de que (como dice el film de Marcelo Monsensón del 2009)… “de cerca, nadie es normal”.

Pablo emociona el amor por tu tarea ….un gran corazón!!!!!!!
Es una necesidad irrefrenable por mayor igualdad.