Por Mila Brunstein
«En tiempos de hipocresía, la verdad es un acto revolucionario».
Detrás de algunas sotanas y crucifijos, se esconden perversos secretos que acaban con buena parte de la fe humana.
Capítulo I
«Las mentiras crueles son dichas en silencio»
Era 22 de junio del año de 1983. Yo cursaba estudios universitarios de periodismo, cuando me tocó conocer sobre un caso que hizo tambalear mi devoción hacía el catolicismo. Se trataba de la desaparición de una chica llamada Emanuela Orlandi, hija de un trabajador de la séptima generación de servidores del Vaticano.
Tenía 15 años. No era una adolescente cualquiera, vivía en un edificio dentro de la Santa Sede. Un lugar de tan solo 5 kilómetros cuadrados, con 100 habitantes seculares. La menor de cuatro hermanos: Pietro, Catalina, Federica y María Cristina. Brillante con la flauta, el piano y el canto. Amante de las canciones de Claudio Baglioni, cantautor y músico de pop italiano. Alegre y cariñosa. Querida por todos. Esa tarde comenzaba el verano, hacía mucho calor. Salió a su ensayo de fin de año en su escuela de música y nunca más regresó.
Sobre su ausencia se tejieron varias historias, pero ninguna pudo ser demostrada. Se involucró a la mafia italiana y a la mismísima iglesia pontificia, pero nunca hubo pruebas de nada.
Capítulo II
«Mentiras… pródigas en juramentos»
“Para la inocente Emanuela qué poca distancia hubo entre el todo y la nada, entre la vida y la muerte, entre el pánico y la piedad”.
Unos días antes de perder su rastro, Emanuela le confesó a una amiga de su academia, que durante un recorrido por los jardines del Vaticano, una persona muy cercana al Papa había abusado sexualmente de ella. No se conocieron los detalles, ya que la chica guardó silencio por miedo a represalias. Esto quedó en mero rumor.
Su familia nunca extravió la esperanza. Le esperó por 37 años, hasta que en persona recientemente; el propio Jorge Mario Bergoglio, actual Papa «Francisco» de la Iglesia católica, Jefe de Estado y octavo soberano de la Ciudad del Vaticano, les dijera -«Emanuela esta ya en el cielo»- frente a cámaras de la televisión italiana y medios de prensa internacionales, confirmándoles de alguna manera que no la siguieran buscando.
Capítulo III
«Verdades peligrosas»
Catorce años después de su desaparición, fueron descubiertos documentos que justificaron gastos pagados por el Vaticano, por concepto de la manutención en Londres de Emanuela. Ella estuvo encerrada presuntamente por orden de un prelado, del cual nunca se conoció nombre. Muchos especularon que Orlandi para ese entonces, tenía otra apariencia física y nueva identidad.
«Ellos buscaron ocultar sus actos, pero la falta de argumentos les señaló insistentemente. El clero tuvo que construir defensas, pero las mismas estuvieron cargadas de incontables fisuras, sin coherencias y con mucha basura debajo de la alfombra».
Nunca sabremos realmente que pasó, lo que si podremos reconocer, es que la maldad también viste de bondad para pasar desapercibida.
Para finalizar agregaré, que hay mucha tela por cortar detrás de los muros de San Pedro. Dos mil años de secretos. Treinta y tres kilómetros de estanterías, más de 35.000 volúmenes y 12 siglos de documentos, reposan hoy en día, al lado de la Biblioteca Apostólica, justo al norte de la Capilla Sixtina. Son los archivos secretos del Vaticano de los cuales nunca tendremos certeza. Un estado, dentro de otro estado y donde el Vicario de Dios, es el rey.
«Después de saber esto, prefiero pensar que, ante tanto espanto, hay un fin ético en la vida, que nos permite seguir apostando por el bien, a pesar de los pesares».
Cierro con una frase de Sigmund Freud que dice – «Si realmente el sufrimiento diera lecciones, el mundo estaría poblado sólo de sabios. El dolor no tiene nada que enseñar a quienes no encuentran el coraje y la fuerza para escucharlo»-.
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Rita Chirino
A veces los secretos gritan fuerte…
Es claro que no hay salvación sin regeneración, mucho menos un nuevo cielo, sin un nuevo ser.