«Lágrimas en la lluvia»
(Invierno)

-«La lluvia me obligó a recluir carencias para reflexionar sobre mi destino, teniendo la libertad como la tiene el que escribe para el viento»-.

Observé la calle, todo estaba empapado. Las luces de los autos iluminaban de vez en cuando mi rostro, dejando descubiertos pesares que rayaban en tristeza la noche.

Para guarecerme entré a un restaurante. Se mostraba repleto de gente que reía y susurraba. Una gran nave de adobe con vigas de roble, dejaba ver a lo lejos el humo de una rústica estufa que ofrecía platos bien servidos. Eché a vagar la vista por doquier mientras bebía mi ristretto. En las inmediaciones la brisa ululaba dejando caer montones de hojas secas sobre las aceras, cobrando sus cuotas de melancolía.

Una corriente de aire frío se filtraba a través de la puerta con cascabeles que sonaban cada vez que alguien ingresaba o abandonaba el recinto. A mi alrededor los recuerdos me acorralaban como lobos aullando entre tanta oscuridad, observándome discretamente para que no los espantara.

Desde los empañados cristales del café miré a la luna; quería los pensamientos buenos, pero no se borraban los malos, me bordeaban ávidamente para que no les diera la espalda. Mordían sin contemplación mi conciencia.

Mi otrora dejaba atrás su sombra, para empezar a localizar la claridad y la esperanza que merecía. Comenzó a descapotarse todo en el firmamento. Me asomé a la realidad para ver si seguía respirando, y le encontré exhalando con mucha dificultad.

Salí de allí para retomar el camino a casa. Con las manos temblorosas busqué dentro de mis bolsillos el celular para avisar a todos que estaba a salvo.

Una nimiedad perdida en un montón de razones trató de explicar mi desaparición por tantas horas, sin embargo no logró justificar mi inusual comportamiento.

Esa noche entendí que los recuerdos, los anhelos y el futuro compartirían siempre la misma niebla, y que dependería de mí hacer que escampara adentro… y entonces la tormenta cesó!

«Viento en los sauces»
(Primavera)

Después de que la tempestad dijera adiós. Una mañana de primavera sentada bajo un sauce, respiraba lentamente. Abrí mis ojos y lo primero que contemplé fue a un pequeño retozando. Me conmovió verle jugar con la velocidad y el follaje. El eco de sus carcajadas llamaba por completo mi atención. Me hacía sentir chispas sensibles de vida cada una de sus acciones.

Hice inexorable la ocasión de esa aurora sonriente. El entorno era lírico. Una brisa liviana entre arboledas me invitaba a reflexionar. Entonces quise representar vocablos sueltos, utilizando un lápiz de poca punta que por suerte se encontraba en mi cartera.

Esbocé palabras sobre el pliego de una diminuta factura guardada por descuido, sin pensar que sería mi mejor testigo para transcribir tan emotivo hecho… El texto decía -» hoy aprendí a ponerme contenta sin motivos, a seguir soñando a pesar de las decepciones. A que la inocencia en este mundo, será por siempre el vínculo entre los ángeles y los hombres»-.

Como las plantas, así crecía de ipso facto mi necesidad de ser feliz. Un rato en la luz, y otro en la sombra. Era tanta la energía transmitida por este símbolo eterno, que tan solo reconocer a ese sapino iluminaba el lugar, cómo si se hubiese tragado un montón de estrellas, acaparando todo el contexto. Comparaba la situación con esos momentos que son destinados a coleccionarse. Me daban ganas de mudarme dentro de él, como lo hizo el fauno Tumnus, en la película «Las crónicas de Narnia».

Asocié entonces lo que dijo hace varios años Mario Benedetti “La piel es de quien la eriza; El alma, de quien la toca”… Porque la fragilidad siempre será el material con el que se podrán labrar las mayores fortalezas… Y volví a abrazar al gigante sauce!

1 Comentario

  1. Una mirada poética de las estaciones del año…próximamente la 2da parte.

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