Fran tiene 10 años, es dulce, adorable, simpático; es tan simpático que se ríe todo el tiempo, y se ríe con toda la cara, parece un emoji. Se ríe cuando miente, y miente porque no quiere reconocer que se portó mal en la escuela, o cuando pierde la paciencia con Flor -su hermana de 4 años- que es muy demandante y quiere que le preste atención; en realidad quiere que le preste el celular y Fran no quiere.

 

Tiene especial fascinación por los dinosaurios, y tiene de todas las especies, colores y tamaños: verdes, naranjas, rojos; T-Rex, Carnosaurio,  Velocirráptor, Diplodocus, y tantos otros. Los conoce como si estuvieran vivos y pavoneándose por la calle como si fueran mascotas. Los dibuja, los bautiza y arma sus propias historias.

 

Pero lo que más lo deslumbra, lo moviliza y lo motiva, es su fanatismo por los superhéroes, los de Marvel y los de DC; y hay uno en especial que le saca una luz de ventaja al resto: el alter ego del fotógrafo Peter Parker, el del disfraz azul y rojo, el que vive con su tía May, porque quedó huérfano de muy chico, el novio de Mary Jane, ni más ni menos que… “El Sorprendente Hombre Araña”.

 

Fran no es fanático del Hombre Araña, Fran ES el Hombre Araña. Por eso tiene la máscara y el disfraz completo, reproducciones de todos los tamaños y materiales posibles, los libros, las revistas y conoce de memoria los diálogos de las películas.

 

Hace años que mantiene en secreto su identidad, porque sabe bien que “todo gran súper poder, conlleva una gran responsabilidad”; pero prefiere continuar en el anonimato, no necesita del reconocimiento de ninguna autoridad, y mucho menos de los medios.

A pesar de padecer una leve parálisis cerebral –patología neurológica que le provoca, entre otras cosas, movimientos incontrolables, temblores en brazos y piernas, dificultad para tragar y para expresarse correctamente-, sale todas las noches a recorrer la ciudad, trepar edificios escondiendo su identidad debajo del traje arácnido, para combatir el hampa, antes de que llegue mamá Rosa y se entere de la doble vida que oculta su hijo.

 

Rosa también tiene poderes; recorre la ciudad limpiando las casas de otras personas, para que no falte  de comer en la propia. Recorre incansablemente las obras sociales para que habiliten las terapias, soporta el destrato y la discriminación: por ser mujer, por vivir en la Villa 31, por ser paraguaya; por ser ella. Pero nada la detiene, porque a su manera, ella también es una heroína.

 

 

Si bien no debe derrotar una y otra vez a “Duende Verde”, “Venom”, o al “Hombre Lagarto”, como sí lo hace Fran; a su manera, debe enfrentar bandidos de otras calañas: villanos burócratas, desalmados gerentes y malvados empleados administrativos. Si no hiciera ese esfuerzo descomunal para garantizar las prestaciones básicas, Fran no podría ser el justiciero que es, incondicional, valiente y extremadamente profesional. Perfecciona periódicamente sus dispositivos para disparar la telaraña, desplazarse mejor con su traje y así evitar que lo puedan lastimar, aunque mucha gente casi lo logra, incluyendo terapeutas que no quisieron tratarlo durante la pandemia.

 

 

Pero también sufre, y mucho; extraña demasiado a Papá, que trabaja muy lejos y los puede visitar muy debes en cuando, si consigue el dinero para el pasaje y si las restricciones lo permiten. Sueña con el momento en que los cuatro pueden verse y abrazarse todos los días y puedan salir a pasear en familia.

Y le queda pendiente cumplir el sueño visitar el Museo de Ciencias Naturales para ver en persona, en tamaño real, a todos los Dinosaurios que tiene en su casa… el otro sueño, el más importante para la humanidad, lo cumple todas las noches, cuando trepa de una edificio a otro para cuidar a todo el vecindario.

 

 

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