Años que no se veían ya.
Había promesas rotas entre ambos, pero eso ya no importaba.

La realidad los había tapado y cambiado a la vez. Pero sin olvidarse uno del otro.

Se iban a encontrar en ese último café que habían compartido, sólo para dejar en claro que todo estaba bien.

Él empezó la charla:

– Y cómo estás con Luís? Siguen juntos?

– Y no. Le dió miedo, y se borró en cuánto tuvo la posibilidad – le contestó ella, sin mirarlo. Fijos sus ojos en la cucharita de café.

– Miedo?

– Si, miedo, cómo todos, los que creen que una no puede resolver sola las cosas, pero ya está… Estoy acá, dónde quería estar.
Y a vos como te va con Mariana?

– A mí muy bien, tenemos planes de vivir juntos, nos queremos mucho – le dijo él, y bajo la mirada, sabía que quizás le dolería.

– Sabes… no la conozco, pero estoy segura que van a ser muy felices… – le dijo ella, tomándole las manos y sonriendo.

– Sé que sí.

– Creo que es el momento de irme, me siento tranquila, sólo quería asegurarme de que estuvieras bien…

Y así lo hizo, le dio un beso en la mejilla, lo abrazó, y le dijo lo último: «tenés todo para feliz». Y salió, lentamente, caminando como quien pasea por un lugar desconocido, mirando todo.
Lo miró por el ventanal de vitreaux del café.
Y siguió.

Esperó a hacer unas dos o tres cuadras para largarse a llorar,  desconsoladamente.
Necesitaba hacerlo. Tristeza y alegría juntas, estaba todo bien, pero ya no estarían juntos nunca más.

Y era justo. Ella lo dejó ir por miedo. También lo cuidó.
Y él, nunca la olvidó, pero el tiempo lo desesperó.

Llegaba la noche ya, y volvía a pensar, entre ollas y cucharones, cómo habría sido sus vidas juntos… Hubiesen sido compañeros, charlatanes, se habrían reído?… La imaginación la había llevado a lugares hermosos y valía la pena soñarlos.

Por la mañana ella despertó con esa sensación de alegría y alivio que pocas veces tenía. Se había olvidado la persiana abierta y el sol le encandiló la cara.
No sabía si era el sol o el sonido de su celular lo que la había despertado…
Y sin mirarlo, fue a la cocina y prendió la hornalla, puso la pava para unos mates. Y sí, era el celular que volvía a sonar.

La paz de haberlo dicho todo, y de no esperar nada.
Abrió el celular: un mensaje de él: «Necesito decirte algo más…»

 

 

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