Cómo guarecerse del pasado? Dónde refugiarse de lo que nos atormenta?
Si aquello que duele pareciera sigilosamente abordarnos por la espalda.
Es que el dolor a veces se mueve en espiral y justo en el centro aprieta hasta asfixiarnos.
Así se conoce el miedo, así se convive con el terror.
Pero una terca esperanza a veces quiere suavizar lo áspero de algunas palabras, lo bruscas que resultan ciertas manos.
Y entonces, quizás como yo, pudiste pensar que el amor podría volver a la bestia, príncipe.
Incontables veces me imaginé abandonando el castillo, pero a mitad del pensamiento y disfrute de mi libertad, se hacían presentes muros enormes; es que no sentía las piernas firmes para trepar, para escapar.


¡Qué ironía! quien había caminado hacia el amor… hoy planeaba huir, salir ilesa de él.
Podría ser yo cualquier princesa a la que le han vendido el amor como una pena merecida, como un destino incuestionable.
Pero acá no hay ficciones.
Más bien es una verdad que incinera por dentro y que dinamita lo que soy.
Hui de Marcos; pude sostenerme prófuga de sus malos tratos por unos meses.


Intenté rearmarme, conectarme conmigo misma, vincularme otra vez con otra persona…
Quizás fue la presión de la familia, de mis hijas, de mis amigos, para volver y sostener un amor que sólo era lindo por fuera de las paredes del hogar; quizás yo pensaba que mi cariño era más grande que el miedo y que finalmente cumpliría su promesa de cambiar.
Cuando volví a intentar rearmar las piezas del amor con Marcos, quiso saber todo lo que había acontecido cuando él no estuvo, y no sé mentir. Ni piadosamente, ni por propia protección; sabía que ésta verdad tendría consecuencias. Me recuerdo con la voz frágil y el cuerpo tembloroso, los ojos parpadeantes, como quien espera una embestida de frente. Así le conté que había estado viéndome con Santiago, pero que no funcionó.


Y todo lo que había pensado fue peor. Aquello que era casi un trato habitual de gritos e insultos, se volvió liviano en comparación a la furia desatada en sus brazos que arrojaron objetos por toda la casa, su mirada fija hacia mí pero perdida de él. Su rostro era un sinónimo del terror.
Un terror que recién había empezado a ennegrecer la casa, porque su violencia, como una ola, irrumpió furiosa en la noche, justo cuando creí que ya no podría denigrarme más.
Nos acostamos, lloró; no sé porque le pedí perdón y casi sin darme cuenta me agarró de los pelos, levantándome de la cama. Pese a la violencia física, en ese momento no sentí dolor, o era tal el miedo que me invadía, que se apoderó de cualquier otra sensación.


A la vez que mi cabeza pensaba miles de estrategias para lograr que se calmara, para que mis hijas no se despertaran y escucharan, el resguardo de ellas dejó en segundo plano mi propia seguridad.
Golpes, insultos, gritos, amenazas de muerte; vidrios rotos, lágrimas, pánico, un cuerpo dolorido, un alma triste. Marcas que sobreviven al paso tiempo, miedos que me acompañan; son el saldo de una relación que nada tenía que ver con el amor.
Escenas de esa noche me visitan otras noches, a veces las ahuyento con ansiolíticos; otras, dejo que me transiten, con la valentía de quien se pone de pie aún con el espíritu revuelto por un huracán que nos arrebató todo.
Pero es que ya no miro al mundo del mismo modo, y así cuestiono lo que me han enseñado como amor, como única manera posible de construir otros vínculos que se parezcan más a que el amor vale la alegría, el diálogo, la libertad, el disfrute pero jamás, jamás, la pena.

 

 

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3 Comentarios

  1. Bienvenida la «pluma voladora» de Yanina …un lujo más que nos damos en L3M !!!!

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