La primera visita de U2 a nuestro país fue en un momento de esplendor de la banda, en su mayor pico de popularidad, a diferencia de otras tantas que venían como reaseguro para transitar una vejez sin sobresaltos.
La banda irlandesa, formada en 1976 en Dublin, arribó al país para presentar su noveno disco, “Pop”, a instancias del “Pop Mart Tour”, una gira infinita que los llevó a realizar 93 conciertos y los deposito por primera vez en Sudamérica, Sudáfrica e Israel. La cita multitudinaria se llevó a cabo los días 5, 6 y 7 de febrero de 1998 en el estadio de River Plate, con 130.000 tickets cortados.
El disco en cuestión es un punto de quiebre en la disco grafía de la banda, que incorpora electrónica y sonidos bailables; lo que la valió cierto descontento de los puristas, acostumbrados a una combinación imbatible de post-punk y pop rock.
A esa altura, ya éramos una parada obligada dentro de la grilla de cualquier gira; aunque no contábamos con una tradición en puestas en escena fastuosas, costumbre iniciada apenas 3 años antes, con el debut vernáculo de los Rolling Stones.
El descomunal escenario soportaba una pantalla LED de 46 por 15 metros, con un arco amarillo, imitando una pata de la M de McDonald’s, una burla al consumismo salvaje. Los créditos locales encargados de calmar semejante dosis de ansiedad incontenible fueron Babasónicos e Illia Kuryaki & The Valderramas, con actuaciones contundentes y muy celebradas.
Cerca de las 22, la banda atravesó un pasillo en el medio del campo de juego, ante la incredulidad y el estupor de las masas. Bono se alistó cubierto con una bata azul brillante de boxeador y sus imprescindibles lentes tornasolados; llega al “ring”, haciendo movimientos de precalentamiento para iniciar la velada.
Secundado por The Edge, enfundado en un disfraz de cowboy, listo para disparar riffs certeros. Adam Clayton en el bajo y Larry Mullen preparado para estrellar los palos sin piedad.
La vanguardia tecnológica de punta se alternó con la esencia más pura de la banda cuando, tras abrir con el dance lisérgico de Mofo, continuaron con “I will follow”, de su primer disco “Boy”.
La pantalla, en perfecta sincronía, proyectaba imágenes de los músicos, otras alusivas a las canciones, alusiones al art-pop, o luces rítmicas combinadas con las de la “media M”.
Para calmar la sed de de un auditorio que, en gran medida, los abrazó a mediados de los ochenta con la edición del arrasador “The Joshua Tree”, otros sedientos solos de hits, y los recién iniciados; debieron recurrir al “populismo musical” para poder conformar, en parte, a un estadio abarrotado.
Así dispararon con artillería pesada, municiones de alto calibre sonoro como “Even better than the real thing”, “Bullet the blue sky” y “Discotheque”. Clásicos inoxidables de los discos mas emblemáticos que integran el cancionero imprescindible del rock internacional: “New years day”, “Pride”, “Where the streets have no name” , “With or without you” (con tal nivel de difusión que termino por empalagar).
Los homenajes llegaron a través de fragmentos de covers de Queen (“We will rock you”), y del querido Lou Reed, con el fundamental “Walk on the wild side”.
El obligado pasaje acústico llego de la mano de “Staring at the sun”, y una decepcionante versión a capella cantada por The Edge de “Sunday bloody sunday”, primer gran clásico de la banda: un manifiesto antirrepresivo por una protesta pacifica en Irlanda, que terminó con un saldo de trece muertos a manos de fuerzas de seguridad, cuya versión original cuenta con una base original de batería casi marcial.
Antes del primer bis, un limón gigante se desplazó por el escenario, del cual emergieron los 4 fantásticos de Dublin como alienígenas en son de paz ante la incredulidad de los miles de fans terrícolas.
Pero lo mas estremecedor llegó al final, con un ataque certero al corazón del pueblo. Mientras sonaban las primeras notas de la imprescindible “One”, Bono (nominado en tres oportunidades al Nobel de la Paz por su constante compromiso en causas humanitarias), pronuncio las siguientes palabras: “Cada país, cada persona, tiene sus fantasmas. En este país hay algunos fantasmas, pero esta gente no descansará hasta que sus madres estén en paz”. Al mismo tiempo, un grupo de Madres de Plaza de Mayo subía al escenario y caminaba en círculos, en tanto se proyectaban imágenes representativas en la pantalla. El cierre definitivo estuvo a cargo de “Madres de los desaparecidos” (del disco The Josha Tree), inspirada en un grupo de madres de El Salvador, a su vez influenciadas por las nuestras. Y qué lugar mas propicio para tocarla que Argentina.
Desde el escenario, abrazaron a la multitud desbordada de emoción y las lágrimas brotaban como los aplausos, y el agradecimiento a las canciones y al compromiso. Una noche inolvidable para disfrutar de tantas melodías y letras, tan incorporadas al imaginario popular, y crear conciencia para evitar el olvido.
