The Bridge hostel tiene dos plantas. La fachada es de un tono gris oscuro en la planta baja y gris claro en el primer piso. Un balcón vidriado color verde agua acompaña los ventanales de los cuartos.
Cuando entré, una escalera de madera crujió en cada escalón dándome la bienvenida. Al llegar al primer piso un espejo me avisó que estaba transpirada y despeinada. Mientras pagaba mi reserva y hablaba con el simpático recepcionista, un olorcito a comida y algunas voces llamaron mi atención hacia la cocina. Se escuchaba más allá y detrás de una puerta, a un grupo de muchachos muy alegres tocando algunos instrumentos musicales, cantando y riendo.
Iba a alojarme los primeros tres días en este hostel. Tenía mis quince días de vacaciones para conseguir casa y poner Internet, ya que trabajo de manera online.
Antes de viajar había investigado sobre los valores de los alquileres, las zonas más convenientes para mi bolsillo y los salarios en general. Mi presupuesto daba para dos meses de alquiler, y con mi salario fijo tendría garantizada la comida por mes, siempre y cuando no me echaran, no se me rompiera o me robaran la computadora y por supuesto, tuviera internet. Así que además de casa, tenía que conseguir un segundo empleo si quería comer y además, vivir bajo techo.
Lo primero que hice fue tomar un baño. Admito que las duchas brasileras todavía me dan miedo. Saber que mientras estoy descalza y con el agua cayéndome encima, ese aparato está conectado a la electricidad me aterra.
Al principio fue un gran acto de fe bañarme cada día. Además no lograba entender el sistema de agua fría y caliente, ya que la ducha tiene una sola canilla y el agua se calienta a medida que va saliendo. Y a medida que me cambiaba de hospedaje la forma de la ducha cambiaba también. En este hostel, una especie de manivela larga salía de la regadera, donde se podían apreciar numeritos y colores.
Di por hecho que el rojo era caliente y el verde o azul era frio. El problema es que sin anteojos no lograba verlos cuando movía la manivela. En el hostel al que fui después, sin embargo, tenía contra la pared una especie de cajita con disyuntor y unas perillas con números. En un tercer hostel ¡tenía cables pelados colgando! Con el tiempo aprendí a poner la temperatura adecuada, abriendo más o menos la canilla para enfriar o “desenfriar” el agua. Pero ese primer día no supe hacerlo y alterné chorros de agua helada con agua hirviendo.
Después de bañarme fui a la cocina con mi pasaporte argentino, es decir mi termo y mi mate. Enseguida algunos me saludaron y me preguntaron, efectivamente, si era de Argentina (siempre funciona). Desde allí pude ver esa especie de patio techado que seguía a la cocina. Había sillones, sillas, mesitas. Los muchachos le arrancaban melodías a un bandoneón y una guitarra. Era un ritmo alegre, justamente el tipo de música brasilera que ya venía escuchando en Argentina. No sabía el nombre pero le encontraba una pizca de chamamé.
Le pregunté a un señor que estaba lavando tomates si sabía de algún lugar donde comprar algo para comer. Me dijo que siendo domingo a las cuatro de la tarde no había nada. Me indicó un supermercado a unas veinticinco cuadras, que podía ir en taxi o Uber. Pero después de veintiocho horas de viaje preferí sentarme en los sillones de la recepción y sobrevivir hasta el día siguiente a base de mate. Pero a los cinco minutos se acercó el señor con un sándwich de carne, tomate y lechuga. ¡Qué amable!
Me quedé en los sillones mullidos un rato más, tomando mate y tratando de organizar mi mente, porque al día siguiente tenía que salir a buscar mi futuro hogar.
Sabía que tenía que alejarme de la zona con vista al mar (eso es para privilegiados), la casa no tenía que quedar lejos del centro (allí es donde buscaría trabajo), tenían que aceptar animales (más adelante traerías mis mascotas), no tenía que estar en la parte más top pero tampoco en medio de una favela (aunque esa era la opción más factible) y lo principal, debía estar dentro de mi presupuesto.
Los muchachos iban y venían de la cocina a la habitación, de la habitación al patio. Llegaban hasta mí sus carcajadas y música contagiosas. Uno de ellos me trajo otro sándwich. Dejé mis preocupaciones de lado y aproveché la ocasión y le pregunté:
-¿Puedo ir ahí con ustedes?-
En un minuto ya estaba compartiendo con ellos ese espacio con ventanales, desde donde se puede ver el puente Colombo Salles y los vehículos que por ahí pasan. Una parrilla donde asaban la carne aromaba el lugar. Inmediatamente me dieron charla y más sándwiches y gaseosa.
Les conté que venía de Buenos Aires y que era mi primera vez en Florianópolis.
Resultaron no ser simplemente un par de chicos de vacaciones que guitarreaban un rato, sino que se trataba del grupo Cavaleiros da Vanera y estaban ensayando. Supe que tocan vanerão o vanera, un estilo de baile típico de Rio Grande do Sul, xote, un ritmo y estilo de baile para parejas o grupos de cuatro y chamamé.
Claro, tenía lógica, ese estado limita con nuestras provincias de Corrientes y Misiones. Esa misma noche tenían una presentación. La música era muy linda. Ellos eran simpáticos y agradables. Hasta cantaron algunas canciones de Cerati y un tanguito para mí. Puedo decir que Brasil me recibió con la alegría, la simpatía y la amabilidad que yo siempre había imaginado del pueblo brasileño.
Otra gran Crónica de Xoa desde Brasil !!
Linda llegada, me encanto, no puedo esperar para seguida!