Barbi no llega al cuarto de siglo, tiene hambre, sed, frío, calor; en otras palabras tiene todas las necesidades básicas sin cubrir. También tiene Esperanza…no de que algún día le toque una racha buena, ni de que Dios atienda en ese Conurbano impenetrable, profundo y prescindible, hasta para Él. La Esperanza que tiene es de carne y hueso; no llega a los 3 años, no llega a pronunciar del todo bien las pocas palabras que aprendió, pero la colma de fuerzas a su mamá para no resignarse a creer que ésta es la suerte que le tocó en desgracia, ni a regodearse en el dolor.

No necesita otro tipo de Esperanza para levantarse todas las mañanas, sin importar el pronóstico que, dicho sea de paso, no tiene manera de saber…ni le interesa, esas son preocupaciones de blancos burgueses. Sabe bien que si no sale a pelearle con el cuchillo entre los dientes, a esa realidad siniestra, la única Esperanza que tiene, se puede debilitar y hasta enfermar, y eso es algo que no se permite.

Ella no sabe que alguien hace casi 40 años proclamó: “con la democracia se come se educa y se cura”…menos mal que no lo sabe, sino que gran decepción sería, otra mas, y van: porque comer, mucho no come. La única educación que conoció está en el mismo lugar donde vive…en la calle, y no le quedó otra que aprender a la perfección la única lección que debía aprender: a pedir y a agradecer, a saber que las puertas casi siempre se cierran y que cada tanto alguna se abre y de ahí recibe algo, para no perder la Esperanza, para no perderse ella. Y en cuanto a la salud, la salita del barrio no siempre estaba abierta cuando se enfermaba, y cuando la atendieron, no siempre tenían remedios; pero no importaba, porque aguantaba como siempre, porque se dobla del dolor, pero no se rompe.

Y como nunca fue a la escuela porque desde chiquita salió a pedir, no sabe de cuentas, ni de ciudades ni de tiempos verbales, aunque tiene claro que el pasado no lo quiere repetir, el presente es imperfecto, y el futuro incierto; su vida es un eterno gerundio: siempre queriendo, buscando, pidiendo, rogando y llorando.

Es autodidacta por necesidad, entonces nunca debieron explicarle que lo mejor para Esperanza son los abrazos que le da cuando se acuestan en el piso frío, sobre el colchón de cartón a mirar las estrellas -que son de verdad, y no como las que contemplan otras nenas que las tienen pegadas y brillan en la oscuridad- y que conoce de memoria en ese techo que es tan alto como el cielo…el techo es el cielo y la casa una fantasía con la que sueña dormida y despierta.

No recibe ninguna ayuda estatal, porque no tiene la documentación necesaria: la perdió, se la robaron o quién sabe que pasó, y porque no puede presentar domicilio, porque no lo tiene, porque vive en la calle, y encima es nómade; un día está acá y a los tres días desaparece, porque cuando intenta hacer pie en algún lado, los vecinos llaman a la policía, que la amenazan con sacarle a la nena porque…vive en la calle. Entonces les tiene que dar lo que no tiene y hacerse humo. Barbi es capaz de perder todo, menos a su hija, porque la Esperanza es lo último que se pierde.

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